sábado, 23 de marzo de 2013

Travellers and magicians

Travellers and magicians (2003) me hizo volver a ser un viajante. No un viajero "Lonely Planet". Los respeto pero me cansan. Quiero ser un viajante. Me encantaría estar ahí, y mezclarme con la población, aún a sabiendas de que el ser humano, y sobre todo, ciertas sociedades rurales son más prudentes que yo a la hora de hacer amigos. 

El encanto de Travellers and magicians reside en su simplicidad. Si la hubiese hecho un español o un americano, algunos le condenarían por ultraexperimental o ultrasimplista. Parece que, al venir de Bután, la película ha conseguido ciertos premios y reconocimientos. El director y escritor, Khyentse Norbu, sorteando, negociando o asumiendo, quién sabe, las trabas cinematográficas de su país Bután, logró sacar adelante este pequeño alegato budista, que en nuestras vidas estresadas y encrispadas, viene siempre bien experimentar.

http://www.zeitgeistfilms.com/films/travellersandmagicians/poster_large.jpg 
Tomado de  http://www.zeitgeistfilms.com/film.php?directoryname=travellersandmagicians

La llamada de Occidente incita al protagonista de la película a escapar de Bután y probar suerte en una gran ciudad anglosajona. Así se lo comenta a algún conocido, mientras asistimos a su indiferencia ante las preparaciones de festividades que se están dando en su pueblo, algo así como las procesiones de Semana Santa para algunos de nosotros. Llevado por la urgencia, en el día indicado y a dos días de su salida prevista del país, trata de conseguir llegar, corriendo a duras penas y saltando los riachuelos y troncos del bosque de su región, a la única parada de autobús cercana. Y es entonces cuando pierde el autobús. Y ahí empieza esta película tan especial. Con más sonido que música, se van presentando los que serán sus acompañantes en el próximo autobús que le recoja: un vendedor de manzanas, un joven monje budista y un viejo y su hija. Y de esa road movie nace otra historia, fantástica, algo gótica y tenebrosa, que es la que les cuenta el monje budista a los allí reunidos ante el ansia que muestra el protagonista por escapar a Occidente. Quizás es ahí donde más falla el mensaje, esa especie de identificación de lo tenebroso y oscuro con Occidente, y de lo cándido y seguro con Bután. Sin embargo, si  nos abstraemos de esta identificación no totalmente declarada, podemos asumir el mensaje como si fuese un heurístico ante la vida, un refrán que puede servirnos en un momento dado. En concreto, yo he conocido a gente a la que el monje budista bien podría contarle esta historia, puesto que continuamente cambiaban de ciudad de residencia, en algo que, a mis ojos, parecía simplemente un escape de las obligaciones y lazos que se obtienen, sin quererlo, cuando se lleva tiempo residiendo en una misma ciudad. Si toda esta entrañable historia (me gusta más la road movie, que el cuento que se desarrolla dentro de ella) te la cuentan con un paisaje de fondo como el butanés, yo compro.

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